lunes, 29 de noviembre de 2010

Amar sin motivo II

No por ser vosotros el más numeroso de todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos,
sino porque Jehová os amó y quiso guardar el juramento que hizo a vuestros padres; por eso os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de la servidumbre, de manos del faraón, rey de Egipto.
Deu. 7:7 y 8

Queda manifiesta la capacidad de Dios para amar más allá de los atributos favorables o no que pueda tener el objeto de su amor. Que diferencia a la tendencia que yo como hombre manifiesto! Nos hemos acostumbrado tanto que hasta consideramos natural amar más a aquellos que reunen ciertas características tenidas como valiosas dentro del imaginario social.

Ante Dios por el contrario no tengo que demostrar nada. Ante la sociedad puedo sentir la necesidad de fingir para mostrarme de cierta manera que se considere aceptable y agradable, con Dios esto no es necesario. Con él no preciso luchar para ser aceptado, no debo escalar posiciones o tener una personalidad llamativa para que el me valore.

Este pensamiento es liberador, puedo descansar en que siendo quien soy y como soy Dios me ama. De alguna manera que supongo el cerebro humano no es capaz de asimilar en su totalidad el Ser divino y eterno experimenta hacia mi el más agradable sentimiento que el humano conoce, en su forma más depurada.

Encuentro esta idea a través de la escritura tanto en el antiguo como en el nuevo testamento. A lo largo de los siglos el Dios que está por encima del tiempo sigue amando a sus criaturas de la misma manera. Entiendo que las palabras dichas a los hombres de Israel encierran cierta concepción relativa al carácter divino, que puedo aplicar a mi mismo; Dios me ama con independencia de los atributos a los que como humanos asignamos valor.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Amar sin motivo

Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente,apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguien tuviera el valor de morir por el bueno. Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 5:6-8

Pasaje conocido si lo hay, dice algo sin embargo en lo que no siempre reparamos. La sociedad le otorga valores a las cosas, distintos valores. A medido que el ser humano crece, dentro de una cultura determinada, aprende a valorar el mundo que lo rodea de acuerdo a esa escala. En general tenemos una tendencia a amar aquellas cosas que son valiosas para nuestra cultura. En cuanto a las personas, particularmente, percibimos como más dignas de ser amadas aquellas que cumplen o acaparan cierto número de aquellos atributos que consideramos valiosos: belleza, simpatía, cierta destreza, etc.

Pablo nos recuerda el hecho de que Cristo murió por nosotros cuando aún eramos débiles, siendo aún pecadores. El amor de Dios no se basó en algún atributos favorable que pudiéramos ostentar.

Esto nos enseña por lo menos dos cosas. Una, que Dios simplemente nos ama. El puede agradarse en nosotros cuando hacemos lo bueno, por supuesto, igual que a nosotros nos gusta la compañía de aquellos con quienes tenemos afinidad, pero más allá de eso nos ama a pesar de lo imperfectos que podamos ser. Cristo murió por el hombre cuando este estaba todo lo alejados de Dios que pudiera estar. Eso demuestra lo incondicional de su amor.

En segundo lugar es un llamado de atención a la forma en que nosotros estamos dispuesto a conceder nuestro amor. Debemos amar a las personas en cuanto personas, y no en base a los atributos que para la sociedad son valiosos. Amar no solo a los que nos gustan o nos caen bien sino a todos los que nos rodean y forman parte del núcleo en que nos desplazamos.

Nuestra cultura nos impone un modo de ver las cosas según el cual algunos nos dignos de ser amados y otros son patéticos. El ejemplo de Cristo nos insta a amar al prójimo cualquiera sea su condición, así como Dios nos amó a nosotros.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Un concepto inteligible de Dios.

Podemos por medio de Cristo formar un concepto inteligible de Dios. Sin Cristo nuestras ideas de Dios tienden a deshacerse en lo abstracto.

Épocas En La Vida De Jesús, A. T. Robertson.

sábado, 6 de noviembre de 2010

De deseos pasajeros y deseantes eternos

Y el mundo pasa, y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
1Jn 2:17

Juan parece estar dando aquí la justificación a lo dicho en el versículo anterior. No amen al mundo ni sus cosas, porque estas cosas no provienen del Padre sino, justamente, del mundo. Esto es el poque no amar esas cosas. Y la justificación que respalda y amplia lo anterior es "y el mundo pasa y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre".

La justificación a la advertencia de no amar al mundo y a las cosas del mundo pareciera estar relacionada entonces a la temporalidad de estas cosas frente a la eternidad del que hace la voluntad de Dios.

Un primer punto que me llama la atención en todo esto es que el mundo pasa y sus deseos. Los deseos que muchas veces se perciben como inexorables, irresistibles, experimentados incluso con frecuencia como apremiantes necesidades, son presentados por el escritor sagrado como temporales, como deseos que pasan.

Es una afirmación atrevida. El mundo pasa y sus deseos. Este amor, este deseo tan grande que siento por algo del mundo es algo que va a pasar, lo voy a dejar de sentir y voy a amar en su lugar tal vez otra cosa. Si esto es así, quizás no debiera preocuparme tanto u otorgarle tanta importancia a un sentimiento que en definitiva es pasajero.

Sin embargo lo que más llama mi atención en este pasaje es la contraposición entre estas cosas temporales y el que hace la voluntad de Dios, que permanece para siempre. No se contraponen aquí estas cosas que provienen del mundo a otras cosas provenientes de Dios (que bien podría hacerse) sino que el contraste es hecho con respecto a la persona misma susceptible de sentir deseo. Como si esta perteneciera a un estatus superior a aquellas cosas. Como si estas no fueran dignas de aquel. O sea, no es simplemente una persona eligiendo entre dos grupos de cosas, de los cuales uno es mejor que otro, sino que la persona misma, que hace la voluntad de Dios, es lo que se presenta como mejor que cierto tipo de cosas.

Me recuerda al pasaje de Hebreos 11, aquellos siervos de Dios que despreciaron comodidades u oportunidades terrenales inmediatas por tener la vista puesta en las cosas eternas, de los cuales el mundo no era digno (Heb. 11:38). Puede llegar a ser un planteamiento interesante a hacernos la próxima vez que tropecemos en nuestro andar rutinario ante la necesidad de elegir si satisfacer o no aquellos deseos que nuestro entorno social nos presenta como naturales e incluso como necesidades.